El adelantado Pedro de Mendoza instaló, en 1536, un asentamiento al que bautizó como Puerto de Santa María de los Buenos Aires. Pero, la adversidad fue incontrolable. En 1537 moría en alta mar, cuando regresaba derrotado a España. En 1580, Juan de Garay repobló la tierra y fundó de manera definitiva la ciudad, la cual bautizó con el nombre de La Trinidad. Esta vez sí se consolidó la ciudad y un gran motor de su desarrollo fue San Telmo.
La pequeña aldea creció alrededor de la Plaza Mayor, que rápidamente estableció las instituciones a su alrededor: el Cabildo, La Catedral y el Fuerte, es decir, la Casa de Gobierno. Los pobladores fueron armando sus chozas en las inmediaciones, de acuerdo a la distribución de tierras realizada por Garay.
Se supuso que el crecimiento fuera en espiral, un poco a la derecha de la plaza, otro poco a la izquierda; algo hacia el norte y otro tanto hacia el sur. Sin embargo, no fue así. El sur comenzó a crecer de manera intensa, mientras que el norte de la ciudad no lo equilibraba. Gran responsable fue la actual calle Defensa, que desde el primer día que tuvo un nombre, se llamó calle Real y luego pasó a ser San Martín de Tours. Claro que la gente solo le decía San Martín, sin sospechar que estaban mencionando el nombre de quien sería el Padre de la Patria.
Defensa, entonces, supo ser culpable, de manera inmediata y natural, de que el sur progresara mas que el norte. La Trinidad, el núcleo poblacional de la ciudad, se unía con el puerto a través de esta vía que, desde el primer momento, funcionó como camino principal, la calle mas valiosa, el sendero que todos transitaban. Cuando se analiza el nombre oficial completo con que se llamó a esta tierra, descubrimos una conjunción perfecta. En otras palabras: La Trinidad y Puerto de Santa María de los Buenos Aires denota dos puntos. De un lado tenemos a La Trinidad y del otro, al puerto. La letra “y” que une a ambos, es la calle Defensa (o San Martín de Tours) que comunicaba al puerto con la ciudad.
Es a partir de su predominio, que se establece una diferencia notable con el norte. Por este motivo creció el sur. La ventaja duraría casi tres siglos, hasta que la epidemia de fiebre amarilla de 1871 generó un cambio brusco.
De todas maneras aún faltaba para que surgiera el nombre definitivo del barrio. Si alguien preguntaba por San Telmo a comienzos del siglo XVII, los aldeanos porteños habrían respondido con total lógica que ese lugar no existía. San Telmo era los Altos de San Pedro, un nombre más que familiar para aquellos lejanos abuelos –abuelos y un poco más- de Buenos Aires. Los historiadores no se ponen de acuerdo. Sentados media docena de ellos alrededor de una mesa dando distintas versiones sobre cómo surgió el nombre “Altos de San Pedro”. De igual modo que si se hablara de unitarios o federales, de saavedristas y morenistas, de rosistas y antirrosistas, el debate polarizara las opiniones. Por un lado, dirán que aquella es una de las tres zonas altas de la costa. Es decir, a partir de Parque Lezama hacia el centro se yergue una de las tres elevaciones (las otras dos son la zona de Plaza de Mayo y Retiro). Por lo tanto y teniendo en cuenta que por la zona de Parque Lezama se habría asentado don Pedro de Mendoza, puede decirse que los Altos de San Pedro como la zona elevada donde Pedro (de Mendoza) intentó establecerse.
La otra mitad de los historiadores explicará que las carretas que llegaban desde el puerto por la calle Defensa, hacían un alto en un hueco (o baldío) donde existía una imagen de San Pedro. Esta parada ocupaba algo más de la media manzana que hoy conforma la turística Plaza Dorrego (Humberto I y Defensa).
A comienzo del siglo XVIII el barrio ya era mencionado como el Alto. Hay que tener en cuenta que existía una clarísima frontera que separaba a la aldea porteña del Alto. Nos referimos al zanjón de Granados, un arroyo que corría desde Constitución, paralelo a las actuales Independencia y Chile. El zanjón (que podía estar seco o rebasado de agua, según las lluvias) se ubicaba equidistante a estas dos calles paralelas y desembocaba a la altura de Paseo Colón, que era la playa del Río de la Plata. Tenía un problema serio: los habitantes lo empleaban como basurero. Todos los desperdicios iban a parar a su cause. Y cuando llovía, la basura era arrastrada hacia el río. El cuidado del ecosistema no figuraba entre las prioridades de los vecinos de San Telmo.
La iglesia de San Telmo, que dio origen al nombre del barrio, llegó de la mano de los jesuitas. Esa historia comenzó en 1734 cuando el comerciante Ignacio Bustillos y su mujer, Ana Rabanal, donaron el dinero a la Compañía de Jesús, para que se construyera un templo, una casa de Ejercicios y una Residencia, en agradecimiento por haber llegado sano y salvo de un viaje. La Casa de Ejercicios era el lugar destinado para meditar. Por ejemplo, si un joven adolescente tenía actitudes censurables (ni mas ni menos que clásicas actitudes de adolescentes) era llevado a la Casa de Ejercicios. Un flamante viudo que decidía reordenar su vida, también acudía. De la misma manera, quienes desearan seguir la carrera del sacerdocio, hacían un paso por la dicha institución. La Residencia era el lugar en donde vivían quienes se ordenaban sacerdotes y los seminaristas. Estas construcciones de los jesuitas se hicieron en Humberto I al 300, junto al proyectado templo. Con el tiempo, la Casa de Ejercicios se transformó en Cárcel de Mujeres, mientras que la Residencia no tardó en convertirse en cuartel de Dragones y también hospital.
La erección de la iglesia demoró mucho tiempo. En los umbrales del siglo XIX empezó a ser utilizada en forma esporádica, aunque no estaba terminada. Sí consiguió ser oficializada bajo el nombre de Iglesia de Nuestra Señora de Belén y Parroquia San Pedro González Telmo, el patrono de los navegantes –que ya era venerado en Buenos Aires en la iglesia de Santo Domingo, en Defensa y Belgrano-. La simplificación hizo que empezaran a llamarla San Telmo, aunque cabe aclarar que Telmo es un beato, no un santo. La parroquia fue creada el 31 de mayo de 1806. Por ese motivo se ha instituido esa fecha para celebrar el día del barrio.
Para 1806 y 1807, el barrio fue escenario de combates durante las invasiones inglesas. En la primera, los vecinos contemplaron de qué manera el ejército británico desfiló, por la futura calle Defensa, rumbo a la Plaza Mayor. Un paso de 1500 hombres llamó la atención de los porteños por lo vistoso de sus uniformes. Pero, además hubo otras curiosidades para destacar. La última columna que desfilaba estaba integrada por unos sesenta artilleros chinos. Detrás de estos marchaban madres y niños ingleses. Muchos invasores llegaron con sus familias al Río de la Plata. Y muchos llegaron solos y formaron sus familias aquí.
En los enfrentamientos de la segunda invasión, en 1807, británicos que pertenecían a la columna del teniente coronel Guard ocuparon la Residencia de la calle Humberto I. Frente a la iglesia, un grupo entonado por el alcohol golpeo la puerta de la casa de Martina Céspedes para ordenarle que les diera de beber. Ella aceptó con la condición de que ingresaran a su casa de a uno. Así lo hicieron, pero Martina y sus tres hijas fueron desarmándolos, golpeándolos y atándolos. Un total de doce hombres fueron capturados por estas cuatro heroínas de San Telmo. Sin embargo, a la hora de entregarlos a la autoridad, eran solo once. Una de las hijas de Martina había decidido quedarse con un prisionero, su prisionero.
Sobre San Juan al 300, en la misma manzana de la iglesia y la Residencia, vivió otra mujer admirable, María Remedios del Valle, que fue conocida como la Tía María y también como la Madre de la Patria. Su novio era sargento de arribeños y murió en una riña. Ella se incorporó al Ejército de Manuel Belgrano que marchaba al Paraguay en 1810. Curó heridos, enfrentó a los realistas y fue hecha prisionera. Belgrano autorizó que usara uniforme militar y charreteras de capitana. Cuando terminaron las campañas militares, volvió a su casa y a su anonimato. Para subsistir, planchaba ropa y mendigaba. El general Viamonte la reconoció en la calle, en el año 1827, y pidió a la legislatura que le otorgaran una pensión.
Otro de los grandes vecinos de San Telmo fue Domingo French (Domingo María Cristóbal, para ser mas precisos), teniente de los ejércitos de la patria, integrante de la Sociedad Patriótica y repartidor de escarapelas, según fue enseñado en la escuela primaria. French nació a fines de 1774, en Defensa al 1000, frente a la célebre Plaza Dorrego, donde sus padres vivían y se sustentaban mediante la venta de harina.
El poeta Esteban de Luca habitó una casa en Carlos Calvo y Defensa. Además de sus conocidas condiciones para los versos, De Luca resultaba a todos una persona de lo mas entretenida. En las tertulias era el convocado para hacer imitaciones, que todos celebraban. Fue uno de los oficiales a cargo de la fábrica de armas y, ante la escasez de hierro, tuvo la idea de emplear un fragmento del meteorito que había caído en el Chaco para fabricar fusiles y pistolas. En cuanto artistas de la pluma, también frente a la Plaza Dorrego, sobre la cortada Betlhem, vivió Esteban Echeverría, tocayo de de Luca.
Hay que tener en cuenta que la Plaza Dorrego fue la segunda en importancia, luego de la plaza de la Victoria (anterior Mayor). Se la conoció con diversos nombres: de la Residencia, del Comercio y plaza de San Telmo. La denominación Plaza Coronel Manuel Dorrego es del año 1900. Su jerarquía le permitió vivir un momento histórico. En 1816, entre los diversos actos efectuados en Buenos Aires y vinculados con la declaración de la independencia sancionada por el Congreso establecido en la provincia de Tucumán, se realizó una ceremonia en la plaza principal, frente al Cabildo. Luego el Director Supremo, Juan Martín de Pueyrredón, se trasladó con toda la comitiva a la Plaza del Alto (hoy Plaza Dorrego) para encabezar el segundo acto civil de la jornada: la jura de la Independencia por parte de los vecinos.
San Telmo acompañó el derrotero de la historia, tan intenso y plagado de cambios. Vivió horas trágicas en el primer semestre de 1871 cuando se desató en la ciudad una devastadora epidemia que se cargó la vida de miles de habitantes: la fiebre amarilla. La primera víctima apareció en Bolivar al 1200 y a partir de allí fueron multiplicándose las muertes. El barrio mas golpeado por el vómito negro fue justamente, el de San Telmo. Por eso fue allí donde se dieron cientos de casos de heroísmo, cuando médicos, sacerdotes, policías y funcionarios pusieron en alto riesgo sus vidas –en muchos casos, hasta el punto de perderlas- por ayudar al prójimo.
Como una ráfaga, la fiebre amarilla atacó a la ciudad y cuando fue controlada, el escenario había cambiado. A partir de ese momento se intensificó la migración hacia la zona norte, del otro lado de la Plaza de Mayo.
Los conventillos emergieron en aquellas propiedades que antes habían sido habitadas por las principales familias de la ciudad. Pero por supuesto que la densidad era tan alta, que los higienistas como el doctor Eduardo Wilde reclamaban soluciones por parte del gobierno. Un censo municipal de 1887 estableció que había 122 conventillos en el barrio. Multiplicados por los treinta o cuarenta cuartos que tenía cada uno, y las seis o siete camas que tenía cada habitación, es fácil imaginar las malas condiciones sanitarias.
Sin embargo, el negocio de alquilar diez metros cuadrados estaba dando muy buenos resultados en tiempos en que la llegada de extranjeros era constante. Nadie pareció preocuparse por la salud. Hasta que los inquilinos tomaron cartas en el asunto, pero debido a otra cuestión: sentía que les estaban metiendo la mano en los bolsillos por el excesivo precio que pagaban por sus cuartos. Para colmo, un impuesto que estableció el intendente Carlos Torcuato de Alvear (hijo de Torcuato, hermano de Marcelo T.) fue trasladado por los propietarios a los sufridos trabajadores. Por ese motivo, en 1907 se inició una huelga de inquilinos. El primer inquilinato que protestó era de Barracas. Pronto fue imitado por dos de San Telmo. La huelga creció hasta donde nunca pronosticaron las autoridades. De esa manera, en un contexto de gran debate y polémica, la historia urbana registró un nuevo cambio. Los conventillos continuaron atrayendo inquilinos. Pero la cantidad de habitantes por ambiente bajó su número y de manera paulatina comenzó a decaer este tipo de vivienda.
Un monumento emergió imponente en medio de la Plaza Dorrego. Nos referimos al conjunto escultórico que creó Rogelio Yrurtia rebautizado como “Canto al Trabajo” (ya que en un principio se llamó “El triunfo del trabajo”). Diez años se mantuvo en ese emplazamiento, hasta que se resolvió que había que trasladarlo a un sitio mas proporcional con su tamaño. Porque, o el monumento era muy grande o la Plaza era muy chica. Se optó por llevarlo al Bajo, sobre Paseo Colón, frente a la facultad de Ingeniería.
Pero el verdadero museo al aire libre de San Telmo fue el parque de la casa que habitaban Gregorio Goyo Lezama y su mujer Ángela de Álzaga, en la barranca donde muchos suponen que Pedro de Mendoza estableció el poblado. Había sido la quinta del inglés Daniel Mackinlay, primero, y luego del estadounidense Charles Ridgely Horne, quien fuera administrador del puerto. Al comprarla Lezama, estaba en excelentes condiciones de cuidado. Esa casa que hoy alberga al Museo Histórico Nacional fue un centro de actividad social muy exclusivo. Luego, ya muerto Lezama, su mujer lo cedió a la Municipalidad en 1894 a un precio que estaba muy por debajo de su valor. Pero impuso un par de condiciones: que le permitieran habitar la casa un par de años mas; que la eximieran del pago de impuestos inmobiliarios y que el sitio llevara por siempre el nombre de su marido y de su hijo (que también había muerto). El pacto se cumplió y cuando el parque fue público, volvió a ser centro de convocatoria. Además de las obras escultóricas diseminadas en el terreno (que el propio Lezama había comprado para su jardín particular) se ubicaron elegantes kioscos de venta de refrescos y hasta hubo un tren liliputiense (en el jardín zoológico había otro) que paseaba a grandes y chicos. Hasta fines del siglo XIX, el Parque Lezama fue escenario principal del entrenamiento en Buenos Aires. Luego, los bosques de Palermo tomaron la posta.
San Telmo entró en un letargo cuyo principal inconveniente fue la falta de modernización. Pero a su vez, le permitió conservar buena parte de su estructura edilicia, hasta convertirse en el barrio colonial por excelencia. La marea de turistas que invade sus coquetas calles cada fin de semana confirma que supo aprovechar su historia.
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