martes, 13 de octubre de 2015

Gloria Audo, pintora


Gloria nos recibe en su casa de mediados del siglo XIX sobre la calle Humberto Primo, a tres cuadras de la Plaza Dorrego, con esa calidez que la caracteriza y que ayuda a desestructurar cualquier entrevista, para convertirla en una charla entre vecinos. En realidad fue eso, porque al entrar en la casona el diálogo se “disparó” incontenible.


¿Qué pensaste cuando entraste a esta tremenda casa?

Fue como un shock, porque me di cuenta que me había metido en algo “muy especial”. Había un proyecto de seguir viviendo en el barrio, estábamos en Caseros y Defensa y quisimos seguir aquí porque mi marido (José María), en ese entonces directivo de la empresa Alpargatas, venía al mediodía para almorzar todos juntos (él, nuestro hijo Ezequiel y yo). Priorizamos vernos. También influyó el hecho de que, en San Telmo, me sentía como un pez en el agua.

¿En qué condiciones edilicias estaba?

En estado de progresiva destrucción. Era como una gran ruina, con remate judicial y había tres inquilinos. Fue en 1983. Hicimos una oferta, porque estaban en pie las paredes, rejas, columnas, pero no había luz, gas, teléfono, tenía un solo baño -imposible de describir- y piletas de lavar en el fondo. Para darte una idea, sin tocar el casco de la casa, se sacaron cuarenta y seis contenedores de basura. Nunca pensé en elementos suntuosos o de lujo, yo planeaba una forma de vivir.

Imagino que no hacían cola para comprarla…

La vendía la inmobiliaria Giesso y había dos compradores más. Uno quería hacer una playa de estacionamiento y el otro un edificio de departamentos. El arquitecto Osvaldo Giesso nos preguntó qué haríamos nosotros y nuestra respuesta fue: respetarla y mantenerla lo más posible y él nos contestó: “Entonces nos vamos a entender”. Otra cosa que le dijimos, luego, fue que el arreglo queríamos hacerlo con él, porque nos dábamos cuenta que teníamos la misma visión ante un inmueble de estas características: conservar de él lo más posible. Y fue así. Él con su hijo Fernando, trabajaron en ella. Sacaron los techos y se hicieron todos nuevos; la carpintería y muchas cosas estructurales son originales, porque Giesso decía: “Lo que el tiempo dejó lo respetamos, el resto podemos intervenirlo”. Para que tengan una idea de la magnitud de la tarea, el carpintero estuvo tres refaccionando puertas, persianas y postigos. Pero dio sus frutos porque en 1989 el Museo de la Ciudad, en ese entonces presidido por el Arq. José María Peña, le otorgó a la casa la distinción de “Testimonio Vivo de la Memoria Ciudadana porque su reciclado respetó su tipología original”.

¿Qué los atrajo de la casa para querer vivir esa experiencia?

Estuve tres años sin que mi mamá y mi papá vinieran, porque pensé ¡Se van a infartar viendo esto que compramos! Era impresionante. Iban a decir que estábamos locos. Pero esta casa siempre tuvo buen espíritu, no tiene lujos, tiene un alma especial, saca las cosas buenas de la gente. Quizás porque se acuerdan de las casas de los abuelos y les trae una imagen o un momento de felicidad. Siempre tuvimos esos comentarios de la gente. En las reuniones familiares, con amigos o encuentros artísticos, la evaluación fue siempre: Es muy especial.

¿Sabés quiénes la habitaron antes?

Originalmente era una casa con sus clásicos tres patios, que perteneció a la familia Giuffra, luego se convirtió en colegio inglés hasta terminar en casa de inmigrantes donde vivía una familia en cada cuarto, la habitó una familia famosa de gitanos, los Ivanoff (cuando murió el patriarca -en 1963- cortaron la calle, hicieron un asado para homenajearlo e invitaron a los vecinos del barrio); estuvieron los Caneda, que sacaron como dos o tres veces la grande en su negocio de quiniela. Cuando la compramos vivía don Juan -todos lo conocían porque iba a bailar a lo de Roberto Galán, que era como el Tinelli de ahora-, entonces recién comenzamos la reforma cuando logramos mudarlo a lo de su hermano y lo mismo con doña Elvira, que vivía en una de las habitaciones de atrás.

¿Qué objeto elegirías de tu casa?

Mi baúl de fotos. La foto me lleva a revivir milagrosamente momentos pasados. Los recuerdos no los tendría, si mi papá no me hubiera sacado esa foto en la bicicleta Milano. Como sé que no me llevaré nada, hago un culto de la memoria, no solo en lo personal sino también en lo barrial.

¿Acá das tus talleres de arte?

Sí, tengo mi estudio y también mi Taller de Educación a través del Arte para chicos y grandes.

Teniendo en cuenta tu experiencia docente ¿Creés que la creatividad fluye o pensás que pasa por otro lado?

Más que nada uno va trabajando desde la libertad del que llega a tomar una clase de arte. Siempre les pregunto qué es lo que quieren pintar y agrego que nunca piensen que es demasiado ambicioso, de eso me encargo yo. Los relaciono con la obra de algún maestro y se van largando en base a la libertad de lo que cada uno quiera expresar. Hay gente grande con asignaturas pendientes y no le podés dar una enseñanza formal técnica, poniéndole una manzana o un jarrón, porque viene con el trauma de “yo no sé dibujar”.

¿Cómo hacés para que se saquen el prejuicio?

Todo el trabajo es desde la libertad del otro. Voy pasando por las distintas técnicas y después, cada uno elige la que le gusta. Con los chiquitos es el mismo sistema y tuve muchas satisfacciones. Vienen si quieren, si no se quedan en la casa; yo no me ofendo, esto es otra cosa, no la escuela, es una elección. Y el resultado es que no se quieren ir.

¿Cuáles son los puntos de apoyo esenciales para involucrarse en la pintura?

Dos fundamentales: La libertad y las ganas de encontrarse con la libre expresión estética. No todos van a ser profesionales, pero sí tal vez artistas. Lo que me interesa trabajar es el espíritu del alumno, en un intercambio constante. Lo acompaño a buscar un camino, por eso ninguno pinta como el otro ni como yo. Es sacar de ellos lo que quieren hacer, nunca les digo que no. Sobre todo es una disciplina de paciencia, de silencio, de esperar.

¿Cuál es tu formación?

Ejercí la docencia durante quince años en distintas áreas de la escuela elemental, después me gradué en la carrera de sociología en la Universidad Del Salvador y, luego, trabajé en diferentes áreas. Tuve siempre una visión social y siempre me gustó enseñar. En la escuela hacía teatro con sesenta chicos sin guion, con un argumento imaginado por mí porque me gusta innovar en cosas de arte. Que sea diferente por el ejercicio de lo que sale de adentro. La docencia tiene ese desafío.

Estudié con Ponciano Cárdenas y Carlos Cañás, trabajé con maestros y en 1973 comencé a hacer mi carrera: muestras colectivas, individuales y salones; toda esa historia de un profesional que expone en el país y en el exterior.

Ampliando el horizonte ¿Cómo ves a San Telmo desde lo estético?

Todos los avatares pasados -los grafitis; desatención de los gobiernos en su infraestructura: veredas; iluminación; reformas impuestas que no tienen nada que ver con el estilo del barrio- y las intervenciones sin una base filosófica detrás, “muerden” su arquitectura y, por lógica, la identidad del barrio pero, aun así, sigue teniendo esa alma oculta. Es un delicado equilibrio, la gente que se ocupa de eso tiene que estar muy despojada de todo para ver lo mejor que se pueda hacer. El arte es un misterio y San Telmo tiene mucho del misterio del arte. No sabemos de dónde viene, cuánto dura, quién lo sostiene, pero está ahí. El mito sigue existiendo…es un hermoso misterio.

Entonces ¿creés que ha perdido identidad?

Van quedando pocos negocios antiguos. San Telmo nunca fue de “trapitos de colores” y lo digo respetuosamente. Los que se han criado aquí, muchos son hijos o nietos de inmigrantes que quieren al barrio, porque su historia personal está en él. Por eso creo que tiene un espíritu oculto, porque si no ya habría cambiado. Es como un principio de fe. Acá pasa algo porque no puede ser que pese a todos los que han pasado como Atila (rey de los Hunos e invasor del imperio romano), sigue atrayendo. Incluso hay gente de acá o extranjera, que se enamora de esa alma porque el lugar le encanta aún con su suciedad y la falta de educación ciudadana. Aquí te podés vestir como bohemio o bacán y nadie te va a mirar ¿Dónde podes hacer eso? Hay una mezcla muy grande y todos convivimos.

¿Esa recualificación lo revaloriza o masifica?

Tengo miedo de que lo masifique si no hay un criterio analizado. No me gustaría que fuera un Palermo Soho, que es un invento. Dudo que pueda soportar los avances económicos de los grandes inversores. En la esquina de Defensa y Humberto Primo había una casa de antigüedades que era histórica, ahora hay una confitería modernosa, ¿Qué hace ahí? A esos “aterrizajes”, que son por fuerza económica, les tengo desconfianza. Si lo recualifican para progreso, tienen que darles las normas básicas: que se coloquen faroles, papeleros, bancos y todo lo que haga falta pero restituyendo los antiguos, no cualquiera. Muchos piensan que con tal de que se limpie o mejore un poco, es igual. Eso forma parte del enfoque cultural que se le quiera dar y es lo que verdaderamente me preocupa.

¿Cuál es tu lugar preferido del barrio?

Cualquier calle porque caminás libre, salís por el barrio y es una sensación muy linda. La plaza Dorrego me gusta mucho, el mercado también aunque está “tocado”. Quedan resistiendo los verduleros y carniceros, pero los barcitos… Las normativas existen y por qué no se las respeta es otro gran misterio.

¿Crees que hay que conservar o reciclar?

Vuelvo a Giesso: Todo lo que el tiempo respetó hay que mantenerlo tal cual o sea cuidarlo. Al reciclado no auténtico le tengo miedo porque termina uniformando los lugares.

¿Qué harías como artista plástica para embellecer San Telmo?

Incentivar a los propietarios con exenciones de impuestos si pintan/reparan su propiedad o ayudarlos de alguna manera. Podrían ser asesorados por los estudiantes de arquitectura, que para eso estudian. Se podría ir pintando los frentes cuadra por cuadra. Tendría que estar una belleza el barrio. Estuve en Lima, Perú y me morí de envidia, casi lloro, porque está impecable el casco histórico. No es imposible, son decisiones y educar intensivamente a la gente. Tiene que haber voluntad política, lo que no se hace es porque no se quiere ¿Por qué no puede haber una disposición que diga que los balcones que tengan verde van a tener un premio? Algo que incentive. La gente no es tonta, pero si la casa antigua se viene abajo, entonces la mayoría piensa que es mejor que hagan un edificio, porque va a estar todo más arreglado y limpio; ese es el razonamiento más común. Los menos dicen: ¡No la toquen, tratemos de respetarla!… En el fondo, es un problema cultural.

También escribís…

Toda mi temática gira en torno al paso del tiempo y lo que deja en la memoria. Tiene mucho que ver con mi trabajo estético plástico, que siempre lo asocié a la palabra. Hay gente que tiene primero la imagen y después la palabra, a mí se me dan al mismo tiempo.

Vas a buscar tiempos perdidos, como dijo la crítica sobre tu exposición en Boston…

Todos tenemos nostalgias de los lugares, sobre todo de la infancia. Últimamente estoy volviendo a los temas del pasado, abriendo como ventanitas, entrando en algunas cosas más de tipo social. Tengo muchos proyectos en la cabeza.

¿San Telmo te da ese paisaje urbano que necesitás para crear?

Sí, sigo teniendo grandes deudas específicas con el barrio por eso quisiera pintarlas, porque mi sensación es que se está yendo ese paisaje pese al alma que resiste. Es un proceso de globalización, que no es chiste. En otros barrios el vínculo es con el portero o con algún vecino del mismo edificio. Acá el concepto de vecino tiene otra connotación y eso es un patrimonio intangible que hay que defender: la identidad. Vos salís y saludás y eso -para mí- es una de las cosas más lindas que tiene el barrio. Es un privilegio vivir acá.

¿Compartís la idea de que el barrio tenga más verde?

Se podrían hacer “manchas” de verde con esos lugares angostitos que “sobran” en las esquinas, pero no un injerto como una palmera. La arquitectura tiene que dar soluciones a eso. Creo que podría tener un poco más de verde pero igual tiene magia y ese es otro de los misterios, porque a la gente le encanta. A los extranjeros le fascina un poco de desorden, de suciedad, de descontrol. Para ellos debe ser una sensación de vida el despelote, porque todo eso significa estar vivos. Debe ser muy aburrido lo otro tan regulado, tan perfecto, tan sistemático. Igual, si pudiéramos hacer una síntesis de todo eso sería muy bueno para nosotros y nuestro querido barrio.


Fuente: El sol de San Telmo 

Link: http://www.elsoldesantelmo.com.ar/archivos/9739

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