domingo, 16 de diciembre de 2012

Historias enterradas


San Telmo atesora historias no solo a lo largo y ancho de sus calles sino también debajo de ellas. En épocas pasadas los túneles subterráneos servían de comunicación entre dos o más lugares, formando parte de la vida diaria de muchas personas y hoy despiertan nuestra curiosidad por ser algo que está fuera de la cotidianidad de nuestras vidas.

Una historia interesante es la que se esconde en el subsuelo de lo que fue el Patronato de la Infancia, ubicado en Balcarce entre Humberto 1° y San Juan, institución que se fundó hace más de cien años con el fin de socorrer a la niñez desamparada. Un largo túnel comunicaba al Patronato con la iglesia San Pedro Telmo. Actualmente subsiste pero su extremo final se encuentra obstruido por escombros, eliminando así su conexión con la iglesia. Solo quedó de él una especie de sótano oscuro plagado de humedad.

Los manuales del señor Mario


Mario Schraiber comenzó a vender libros en el barrio hace 36 años, frente al colegio Normal Nro.3, en Bolívar al 1200. Y esa referencia urbana fue mi brújula para encontrar su librería, un lugar lleno de estanterías que llegan hasta el techo repletas de textos, artículos escolares y de oficina. Ellas son parte de su mundo diario. “Lo bueno de esto es que vengo porque me gusta. En ningún momento sentí este trabajo como pesado u obligatorio. Hay muy poca gente que se dedica a lo que quiere” nos comenta Mario orgulloso.

Su vocación comenzó hace cincuenta años y, al instalarse en San Telmo, empezó vendiendo todo tipo de libros como novelas y textos escolares. Luego agregó librería escolar y más tarde un servicio de atención a empresas con artículos de oficina y computación. Su última incorporación fueron los libros técnicos. “Lo único que me falta adicionar es librería artística” dice Mario.

Crispín, el zapatero solidario



Cuando le conté a una amiga que me había mudado a la calle Defensa al 1300, me dijo: “¡Ah… qué suerte! ¡A la vuelta de tu casa está el mejor zapatero de la Capital!”. A la semana siguiente como tenía un par de zapatos con los cordones rotos, fui a verlo.


El negocio se llama El Gauchito, porque tiene colgados algunos recuerdos de gauchos. El mostrador lo divide, prácticamente, en dos. Tres cuartos del mismo está reservado para el zapatero. Allí tiene pieles, máquinas, un mueble con cosas guardadas, fotos y ¡un montón de zapatos! y la parte restante, es el lugar para atender a los clientes. En este sector, contra la pared, hay sillas.