Voy al encuentro de Emma Bolos, vecina del barrio desde hace 68 años. Camino derecho por Defensa y cuando llego a la altura del 600 comienzo a buscar la entrada de su casa. Edificio antiguo, con paredes sólidas, bronces bien lustrados y todo lo que destaca la arquitectura de épocas pasadas que no escatimaba materiales para que las estructuras no tuvieran problemas de humedad, ni filtraciones, ni fisuras ni nada que pudiera preocupar a sus habitantes, salvo el lógico paso del tiempo. Toco el portero de su departamento y siento su voz amigable a través de él. Ya sé, solo por este detalle, que va a ser un placer escuchar la historia de su familia.
Así fue. Emma es docente por vocación y, entonces, usa la pedagogía en cada frase para transmitirme el pasado familiar. Me cuenta que sus abuelos paternos eran libaneses; Emma Vicente y Abraham Bolos. Con ellos, sus padres y tíos vivieron en la calle Balcarce 458, arriba de lo que ahora es la Trastienda. Antiguamente esa edificación era un conventillo típico de la época, con habitaciones y patio que unían tanto a los de la misma familia como a los vecinos que lo compartían.
En un viaje que el abuelo hizo a Mendoza con dos de sus hijos -Miguel y Eduardo- se encontró con un paisano de su pueblo natal en El Líbano. Era don Mario Jacob casado con Elena Tanus. Ellos tenían cinco hijas mujeres y un varón. Ambos hermanos se enamoraron de Juana pero ella eligió a Miguel, con el que se casó en 1938 y tuvieron dos hijas -Emma y Silvia-, las que también compartieron la infancia en esa casa. Cuando Emma tuvo 11 años se mudaron a la calle Paseo Colón y México, edificio de departamentos más moderno, sobre el que fue el Mercado Bullrich, actualmente en desuso.
Su padre, fue uno de los fundadores del Club General Belgrano -Cochabamba 444- aunque, por algún motivo desconocido, no figura en las actas fundacionales y también de la línea 59 de colectivos, siendo -con el tiempo- representante legal de la misma.
Su padre, fue uno de los fundadores del Club General Belgrano -Cochabamba 444- aunque, por algún motivo desconocido, no figura en las actas fundacionales y también de la línea 59 de colectivos, siendo -con el tiempo- representante legal de la misma.
Emma cuenta que fue al jardín de infantes de la escuela de las monjas Vicentinas, que aún está en Paseo Colón entre Belgrano y Venezuela, luego cursó la escuela primaria y secundaria en el Normal Nro.3 “Bernardino Rivadavia” -Bolívar 1235- donde se recibió de Maestra en 1962, para seguir estudiando en el Instituto Superior del Profesorado Inicial “Sara C. de Eccleston” obteniendo el título de Maestra Jardinera.
De pronto se para y va a buscar al dormitorio una caja de madera donde guarda las fotos atesoradas de la familia. Cada una que saca de ese cofre, es acompañada con un relato amoroso y sentido de cada personaje que aparece en ellas. Cuando hacemos un recorrido imaginario del barrio en esos años, recuerda que “en la calle Balcarce 458 había un corralón que pertenecía a la empresa de transportes y mudanzas Villalonga Furlong S.A.. Eran tiempos en que se usaban carros tirados por cuatro caballos enormes. Estamos hablando de 1949/1950”. También menciona que donde está Michelangelo -Balcarce 443- “había una oficina de Despachante de Aduana, donde todavía existe el reloj que -en aquel tiempo- marcaba la hora para todo el barrio”.
La conversación fluye con anécdotas familiares de abuelos, tíos, padres y hermana viviendo juntos formando la típica familia donde todos colaboraban compartiendo lo que les iba presentando el destino. Emma se casó y fue a vivir a Adrogué donde crió tres hijos y se desempeñó como Directora del Jardín Nro.6 para, después de más de treinta años, volver al barrio de su infancia y enriquecer con su presencia y sus recuerdos a la comunidad santelmeña.
Ya es tarde pero ninguna de las dos tiene ganas de terminar el encuentro, sabemos que podríamos quedarnos todo el tiempo del mundo recordando a nuestros viejos queridos. Pero sé que compartiremos muchos momentos como este, a partir de ahora. Por eso, le agradezco su tiempo, el rico café y, sobre todo, el exquisito pan casero que me convidó como para hacerme sentir que su casa conserva la herencia comunitaria de su niñez. Y lo logró.
Fuente: El Sol de San Telmo
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