Alejandro y Kira se encuentran todos los domingos desde hace más de 60 años y se saludan con tres besos en la mejilla. Kira lleva un piloto de lluvia y Alejandro un bastón que por momentos no usa. Los dos reciben en la entrada de la iglesia un manojo de velas finitas a cambio de una donación. En la recepción hay más fieles conversando en ruso.
Se calcula que en la ciudad viven unos 20 mil ortodoxos rusos. En el barrio de San Telmo, frente al Parque Lezama, los fieles se reúnen en la Iglesia Ortodoxa Rusa. Elisabeth, la matrioshka, se ocupa de que todo esté en orden para cuando comience el oficio. Las mujeres deben vestirse con pollera larga y pañuelo en la cabeza, en todo caso, ella ofrece una tela para cubrirse.
Alejandro entra, se para frente a un atril con el ícono de San Pantaleón, se hace la señal de la cruz tres veces tocando el suelo al final y enciende una vela. No es el único. Varios fieles van recorriendo todos los santos del templo y encienden sus velas. En la iglesia no hay estatuas, sino pinturas hechas con pigmentos naturales mezclados con clara de huevo y ajo como pegamento. Desde las ventanas con vitraux los rayos tímidos de la mañana iluminan los miles de colores de las paredes. Casi no hay rincones vacíos: todo está adornado con dibujos de flores o patrones rusos.
Muchos de los que están aquí son parte de una gran ola inmigratoria que escapó de la Segunda Guerra Mundial. A diferencia de los primeros inmigrantes llegados a la Argentina que eran campesinos, los del siglo XX eran de una clase social más acomodada. Ana también prende una vela enfrente del ícono de San Gregorio. Lleva un gorro de piel como si todavía viviese en Ucrania. Es parte de la última oleada inmigratoria de Europa del Este.
De una de las puertas sale el arcipreste con el incensario. Todos miran hacia el Este porque allí nació Jesús. Desde afuera, la fachada de la iglesia da al Parque Lezama pero, las cruces que coronan las cúpulas miran hacia el río.
Entre los fieles no sólo hay rusos sino también rumanos, serbios, ucranianos y búlgaros. Todas esas comunidades comparten la iglesia desde su fundación, en 1888. En parte por eso, las misas no se dan en ruso sino en eslavo, el idioma madre de esas culturas.
A pesar de la lluvia, el templo sigue recibiendo más y más familias hasta llegar a unas 50 personas. En el templo no hay bancos. Hasta Alejandro con sus 90 años aguanta de pie las dos horas de misa. Ni la lluvia, ni la edad, ni la distancia impiden que esta comunidad se reúna los domingos.
“Para nosotros es imposible pensar que sos ruso y no sos creyente”, asegura el arcipreste, en una idea que parece ir a contramano de la Rusia comunista y atea.
El filósofo ruso Vladimir Soloviov decía que mientras en el Occidente el hombre dependía de su propio ingenio, el Oriente se construía en base a una obediencia incondicional del hombre a una fuerza suprema. “El ruso se entrega plenamente –afirma Alejandro–, si te odia, te odia con toda su alma; si te ama, te ama con toda su alma, por eso cuando el pueblo ruso fue bautizado al cristianismo lo hizo también con toda su alma.”
Fuente: Diario Z
Link: http://www.diarioz.com.ar/#/nota/rezar-como-los-zares-frente-al-parque-lezama-47135/
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